¿Cómo explicar con palabras lo que se siente al ver los primeros rayos de sol asomando por el horizonte de la Bahía de Bengala? ¿Cómo explicar lo que se siente al escuchar reír a carcajadas a una niña con el cabello repleto de piojos y que ni siquiera tiene cepillo de dientes? ¿Cómo explicar la paz inamovible de un lugar envuelto en ruidos, suciedad y calor?
Jamás conseguiría describir mi experiencia en la India como se merece, primero, por ser un lugar completamente distinto a todo lo que la mayoría de personas que me lea conoce y, segundo, por ser yo y mis circunstancias quién trató de empapar la esencia de ese país y se quedó con las mejores cosas. “La India es un país que, o no gusta nada, o enamora” me dijeron antes de partir, y me alegro enormemente de haberme convertido en una de esas personas que se dejan un pedacito de corazón allí, con intenciones de volver.
Lo único que lamento de mi viaje es que fuese tan corto. Un mes fue suficiente para mostrarme algunas de las mejores pinceladas de la cultura, pero no lo fue para que yo pudiese dar de mí tanto como me habría gustado. Marché con las ideas claras acerca de mi misión en Pondicherry, con la mente abierta para que el choque cultural fuese lo menos brusco posible y con muchas ganas de ayudar en una sociedad a la que llamamos “subdesarrollada”. Me indignaba pensar que en el mundo hubiese gente que no podía vivir en una casa con agua caliente, con goteras, sin horno o microondas, que hubiese gente que tuviese que lavar la ropa en el río, que trabajase 20 horas al día por un mísero salario. Sin embargo, me di de bruces con algo que yo no contemplaba: en el mundo hay personas que sí pueden vivir así y que, además, son felices. ¿Cómo? Dando menos importancia a lo material, viviendo el momento y disfrutando de él, agradeciendo cada segundo lo que la vida les ha dado y dejándose fluir en el tiempo sin prisas ni estrés.
En la guardería en la que ayudaba por las mañanas vi cómo había niños y niñas que siempre llevaban la misma ropa y que muchos días traían la mochila vacía, sin nada de comida para almorzar y comer, pero también vi cómo todos estaban acostumbrados a compartir comida y no había reparos en comer del suelo. No sucedía lo mismo con los juguetes, no estaban acostumbrados a tenerlos y, por ello, discutían continuamente, pero cuando disfrutaban, lo hacía de verdad, como lo hacen los niños, a lo grande.
Otro de los proyectos en los que ayudé fue el que idearon dos voluntarias francesas, en el cual ponían en contacto a un grupo de niños y niñas indios de entre 12 y 15 años con otro grupo de edad similar de un colegio de su ciudad en Francia. Durante estos ratos, lo niños no salían de su asombro, escuchaban atónitos todo lo que les enseñábamos acerca de Europa, sus costumbres, sus calles, sus comidas, hacían preguntas que jamás habríamos imaginado y les encantaba hablar sobre su país. Fue sin duda una gran experiencia, tanto para ellos, como para nosotras.
Sin embargo, lo más importante que me llevé del país no fueron regalos ni comida india, sino el recuerdo de todas las personas que conocí, del resto de voluntarios con los que entablé lazos increíbles a pesar de mi corta estancia, del conjunto de personas que me rodearon, me ayudaron, me aconsejaron, me cuidaron y me hicieron pasarlo bien. Coincidimos voluntarios de muchos países distintos y pasábamos el rato con Rajesh (el coordinador de los voluntarios en la ONG) y sus amigos, por lo que la mezcla cultural que salió de allí fue cuanto menos enriquecedora. Nos envolvía una atmósfera de generosidad, de fraternidad, que muy pocas veces he experimentado. Todos éramos distintos así que todo estaba permitido, nadie tenía miedo de expresarse porque sabíamos que iba a ser bien recibido. Aprendimos a ver las virtudes de cada uno y a engrandecerlas. No estoy segura de si la razón de esta gran convivencia fue el lugar, nuestra posición de voluntarios o si simplemente nuestras personalidades encajaron a la perfección, pero fue algo que no me dejará indiferente.
Recordaré siempre mi viaje a la India como un paréntesis muy necesario en mi vida, donde conseguí deshacerme de pequeñas preocupaciones que después me parecieron estúpidas, donde aprendí a ver el mundo desde otra perspectiva y donde también me descubrí a mí misma. Tengo claro que volveré algún día y que aquel país que nos parece tan lejano y tan extravagante volverá a enseñarme infinitas cosas que sin duda me cambiarán para bien.