La primera vez que les comenté a mis amigos que me iba a un orfanato en Ghana me dijeron: “¡Pero si a ti no te gustan los niños!”. Y la verdad es que tenían razón. No entiendo muy bien qué es lo que me movió para elegir como destino ese país del que prácticamente nunca había oído hablar. Y por qué escogí un trabajo de voluntariado en un colegio de primaria y en un orfanato.
La primera vez que vi a los niños fue a la hora del desayuno de un domingo. Algunos estaban sentados en el sofá y otros en la mesa desayunando lo más parecido a una papilla. Phoebe me cogió de la mano y me llevó hasta a la mesa. Los otros once niños del orfanato me miraban, unos venían a saludarme y otros se quedaba sentados, hablando en voz baja. Louis estaba sentado en el sofá más cercano a la ventana. Me miró y preguntó si podía casarse conmigo. Esos primeros momentos (y la original manera de romper el hielo de Louis) los retengo en mi memoria para poder recordar siempre cómo empezó lo que para mí fue una gran aventura.
De las tres semanas que pasé en Akwadum guardo instantáneas de cada persona y de cada lugar. Cada persona que he conocido en este tiempo me ha marcado y me ha hecho reflexionar acerca de su modo de pensar, su forma de vida, o simplemente por su simpatía. A pesar de que la gente se empeña en recordarnos nuestro tono de piel llamándonos obrunis (blancos en twi), a la vez te hacen partícipes de sus vidas y se interesan por la nuestra. En algunas ocasiones me he sentido sola, y me he preguntado a mi misma que estaba haciendo en ese lugar. En estos (escasos) momentos, siempre se acercaba alguien y me daba una muestra de cariño inconscientemente. La mayoría por parte de los niños, que poco a poco se convirtieron en una parte vital de mi día a día en Akwadum. El pequeño pueblo no era solo un lugar de trabajo o en un domicilio provisional; finalmente se convirtió en mi casa.
Después de un largo de viaje de fin de semana por el país, tenía ganas de llegar a casa, a ese baño sin espejo en el que alguien ha escrito en la pared muy inteligentemente “You look beautiful” y a esa cama que, aunque no era necesario, yo siempre la cubría con la mosquitera. Y, sobre todo, tenía ganas de ver a esos doce niños con los que he compartido momentos muy especiales e imborrables. Todavía no sé por qué escogí irme a Ghana, pero sí sé lo mucho que me alegro de haberlo hecho y de lo feliz que me he sentido en el que era un lugar desconocido para mí.
Mónica